viernes, enero 12, 2007

Diálogo de divorciados



Andrés Fabián Valdés

Belem regaba las plantas y las flores de su jardín. Se le notaba enérgica; esa mañana de verano había dado vuelta tierra con su azada y con su pala. Su vecino salió de la casa y al verle sola se le acercó con ansiosa seriedad y le saludó tomando distancia:
-Tenga usted buenos días Belem.
-Buenos días Agustín.
-Dígame –respiró con profundo enojo-, ¿sabía que su hijo le ha faltado el respeto a Lucía?
-No puede ser. ¡Mi hijo es un santo!
-Mire Belem, los santos no espían a las jovencitas cuando se bañan.
-Debe haber un error. ¿No será que su hija tiene problemas?... Digo, problemas de personalidad. Tal vez le guste inventar cosas...
-¡No le permito! ¡Mi hija no es una loca!
-¡Já! Debería hablar con los muchachos de la esquina.
-¿Cómo dice?
-Digo que de repente sus amiguitos la conocen mejor que usted y ellos le pueden informar con respecto al carácter de su hija.
-Es imposible; Lucía es muy poco sociable con los jóvenes de su edad.
-Eso es lo que usted cree Agustín.
-¿Qué dijo? ¿Insulta a mi familia?
-Yo no digo nada, sólo pensaba en los comentarios. –Se agachó para arrancar yuyos. Se mostraba distraída.
-¿Qué comentarios? ¿De qué me habla?
-Nada nada. Usted sabe cómo es la gente. Sólo hablan mal de uno. –Se puso de pie nuevamente y actuó un ridículo enojo. -¿Pero a qué se debe toda esta pérdida de tiempo? ¿No ve que estoy trabajando en mi jardín?
-Escúcheme Belem, ayer su hijo espió a mi Lucía mientras se bañaba, ¡y esa no fue la primera vez! ¿Entiende la gravedad del asunto?
-Por supuesto. ¡Es terrible! A la edad de Lucía y ser tímida.
-...
-Pero desde ya no se preocupe, le voy a decir a mi hijo que tenga más cuidado cuando ojee a su hija.
-¡Oiga!, ¿qué tipo de persona es usted? Mi hija no es un objeto de museo.
-¡Claro que no! Pero es que Lucía es muy bonita y mi hijo sabe eso.
De repente la mirada de Agustín se envolvió con un velo de seguridad, y entonces mencionó:
-Belem, ahora que lo pienso harían una buena pareja... ¿Se los imagina viviendo juntos? Casados...
-¡Por Dios no diga eso!
-¿Y qué? ¿Acaso su hijo desconoce que Lucía proviene de una familia muy seria?
-Agustín, yo le voy a decir algo y no deseo repetírselo: Los problemas de los adolescentes son únicamente de ellos, y ni usted ni nadie debería entrometerse. Es como si mi hijo se entrometiera en nuestra relación de vecinos.
-Pero eso es correcto. Él posee todo su derecho de hacerlo.
-¡No señor, se equivoca! Supongamos que usted no le cae nada bien a mi hijo, lo cual no está muy alejado de la realidad, y es justificable porque usted no hace más que censurarle la existencia, pero prosigamos con lo que quiero expresarle, usted me invita a un paseo, a un simple paseo de amigos, y esto a mi hijo no le cae nada bien, porque como dije antes, es usted quien de antemano no le cae nada bien.
-Lo que me quiere decir es que a veces los prejuicios ajenos distorsionan un poco las relaciones de otros.
-¡Siempre Agustín, es así siempre!
La miró con una actitud desconforme y mencionó:
-Quizá sea así como dice.
-Bueno y... ¿qué me dice de la invitación al paseo?
-¿Qué paseo?
-¡El paseo del que hablábamos recién! ¿O acaso a usted los años y la soledad le han convertido en un hombre aburrido y acabado? –Le sonrió con sarcasmo.
-De ninguna manera. –Titubeó. –Sigo siendo el mismo que cuando tenía veinte años.
-Bueno bueno, por lo menos no ha perdido el humor.
-¿No me cree?
-¡Demuéstremelo!
-...
-¡Já já lo sabía!
-...
-¡Está acabado!
-Espere espere, no diga eso.
-¿Y entonces qué?
-Esta bien, esta noche la pasaré a buscar y daremos un paseo por la plaza. –Vaciló, luego le miró con un brillo de seguridad y agregó. –Conozco un lugar que le encantará... Pero no se olvide de decirle a su hijo que no se acerque a Lucía.
-No se preocupe Agustín. ¡Si vuelve a hacer lo mismo le juro que lo reviento!