viernes, marzo 16, 2007

Sergio Manganelli


La patria

es un café

al que desciende,

bajo un fragor de lluvia,

estremecida,

su plena luz

de arcángel suburbano,

florida de castaños,

desvelada de augurios

y urgencia metafísica.

A trocarme ese absurdo

rebaño de la pena

por guiños y candiles,

verdad perecedera,

parábolas de musas

y viajeros,

o ayudarme a cruzar

a través suyo,

salvar de sur a norte

las barricas.

Hasta la incierta hora

en que gravita

el aura de la ausencia

entre sus labios,

y el vaho del amor

fermenta los silencios,

en la borra

de un pocillo

abandonado.