viernes, abril 27, 2007

Sr. Telerman

No sólo los perros huelen el miedo.
El hedor que transpira se convierte en pánico en nuestras narices.
Observamos la nueva gráfica, que en lugar de ser PRO es positiva e, invade todos los espacios públicos. Nunca pensó que la saturación asquea, nunca percibió que su improvisación se nota.


Algunos consejos... debo decir licenciado?

El los próximos debates televisivos discuta propuestas reales y no articulaciones retóricas que no poseen ningún sustento de fondo. Contrate especialistas en cada área, no haga lobby con aquellos que las encuestas posicionan como los más simpáticos.

Recuerde... traicionó la mano que le dio de comer, de esa no se vuelve. Sino me cree pregúntele a Chacho. No importa que tan mala haya sido la gestión traicionada, Ud. era parte. Igual no se preocupe, todavía no sabemos quien es el más pior de los dos.

Según pude apreciar en los carteles a color que nos regala en cada esquina, ahora los hospitales atienden mejor. Curiosa sentencia, la última vez que estuve por el Pirovano me sumé a la cola que se hace a las seis de la mañana para obtener un turno de atención a las once.

Aunque ud no lo crea su mejor aliado es el mismísimo Macri. Un importante caudal de votantes votará su relección basados en el miedo que impone una posible administración PRO que la reelección de la actitud positiva. Es decir, mantenga silencio y deje que Macri solito se embarre.

Del bochornoso apoyo del sector socialista, que evidentemente, poco y nada a niveles ideológicos comparten mejor no hablemos, ni yo sé como solucionar eso. Supongo que los intereses corren por otra senda.

Por otra parte, que le parece si invertimos todo ese presupuesto publicitario, toda esa maquinaria de prensa, comunicadores sociales y lambiscones en solucionar los problemas edilicios de varios sectores de la población del sur de la Ciudad Autónoma, o bien, en obras de infraestructura que excedan al único acierto de las últimas administraciones: el subte.

Después de todos estos consejos, te hago una pregunta. Para quién hacen esos actos que todos sabemos que están arreglados? No en serio, me lo pregunto siempre. Porque si lo hacen para la tv, ellos mismos te lo boicotean, hasta CQC se avivó. Si lo hacen para las clases populares, son ellas mismas las que con un pequeño incentivo llenan las plazas, si lo hacen para la despolitizada clase media van perdidos. Y la clase dominante, ellos los organizan.

Tipo Nada, Gordi, pensalo, te lo digo con la mejor.
Sr. Godot

jueves, abril 12, 2007

Esperando a Godot en la Feria del Dorrego



El señor Godot invita…

El sábado 14 de abril a las 15 horas, en Avenida Dorrego y Freire comenzará la Feria del Dorrego. Allí tendrá su propio stand la revista Esperando a Godot. Se ofrecerá el último número, y además quienes asistan tendrán oportunidad de conseguir algunos números atrasados para completar la colección.

El señor Godot estará complacido de atenderlos y saludarlos en el stand de la revista, que estará en esta importante Feria de Diseño durante cinco fines de semana consecutivos (14 y 15, 21 y 22, 28 y 29 de abril, 5 y 6 de mayo).

viernes, abril 06, 2007

Mientras me ahogo, por Raquel Cortés Fernández, desde España

MIENTRAS ME AHOGO

“He vuelto a tragar agua al querer tomar aire por la boca. Creo que la marea esta bajando. Aguanta solo un rato más. Maldito curso de natación...Tenia diez años, yo prefería jugar en la calle. German ganó medallas gracias al agua y a sus pulmones extra grandes, pero yo no quería ser el hombre rana. Lo único que se me daba bien era hacer el muerto, y dejarme llevar. Eso es! Me dejaré arrastrar hasta la orilla. Las olas parecen más pequeñas. Debo estar demasiado lejos, no se escucha el bullicio. Si al menos pudiera ver donde queda la orilla. Debe resultar ridículo ver un ciego con gafas de bucear. Cuánto tiempo ha debido pasar desde que hice el muerto. Tal vez si bajo de vez en cuando las piernas hacia el suelo descubra lo poco que me falta. Solo me rozan algunas algas. Siento como si se enredara a mis piernas. Maldito paranoico...Esperemos que las medusas se hayan extinguido por esta zona. Me aterrorizan. Tengo que mandarme callar. Creo que he notado alguna roca rozándome el pie. Qué hambre tengo. Estoy tocando la arena con las rodillas. Camino. No reconozco este lugar. Escucho. Solo silencio. Tiemblo”

Raquel Cortés Fernández (reitxelus@hotmail.com)

Taxi, por Raquél Cortés Fernández, desde España

TAXI

Conocí un taxista. Conocí cien, y todos ellos sin excepción alguna asumían perdidas de visión. Retinas con carencia de asombro. Pupilas esperando sorpresa.

Los espectáculos usados, las calles repetidas. La lente de cada uno se desgasta con el tiempo.

Conocí un taxista. Uno que recorría una misma plaza todo el tiempo. Un día para cambiar la rutina decidió dar la vuelta. Ir en dirección contraria a como lo hacia siempre. Chocó contra si mismo al encontrarse de frente. El coche salió despedido varios metros más allá. Fue a pedirse disculpas. Tuvo que cruzar toda la calle. Se miró desde arriba. Percibió marcas de relojes en sus muñecas, marcas de corbatas en el cuello, en sus tobillos...sintió lástima y asco. Se acerco un poco más mirando el lugar. Al verse en otro sitio por el que siempre circulaba se asustó y echo a correr. Vio como el mismo se perseguía por toda la calle y se asusto aún más. Se perseguía sin permitirse el perdón o la culpa. Corrió tanto como pudo para que el mismo no se pudiera alcanzar.

Raquel Cortés Fernández (reitxelus@hotmail.com)

X y la ballena amorfa, por Raquél Cortés Fernández, desde España

X y la ballena amorfa

Inspiró. Retiró la sábana de flores. Suspiró y se le cerraron los ojos. Volvió a inspirar, esta vez con más ímpetu. Mirando de costado a la ventana solo veía cielo. Cielo y una nube con forma de ballena amorfa. Se dejó levantar con el calor del sol dorándole el cuerpo. Mantenía los ojos cerrados esculpiendo la ballena. Palpando los muebles, y sin querer abrir los ojos, comenzó a vestirse. La ropa, esperando en la silla desde la noche, ansiaba el cuerpo caliente. Se vistió sin que el acto durara más de minuto y medio.

Caminó por la moqueta, tiró los libros de la mesilla, la esquina de uno de ellos fue a caer justo a su pie, abrió los ojos seguido de un gemido y se destruyó la ballena. Terminó por calzarse velozmente cuando vio la hora que le marcaba su reloj de pulsera. Metió sus pies en los zapatos haciendo fuerza con todo el cuerpo hacia abajo. Le faltó poco para calzar su mano también. Escuchaba a su estomago pidiendo un maldito desayuno decente por una vez en meses, y a la vez al ascensor llegar a su planta. Viviendo en el catorce, y llegando tarde al trabajo eso podía esperar. Una vez más esperaría. Siempre esperan los mismos. Una punzada le advirtió que no le iba a pasar otra más.

Salió al descansillo abriendo la puerta de casa de forma cómica, con el pelo danzándole en la cabeza y la ropa estirándose, despertándose aún. Pero X no sonreía lo que hacia más ocurrente la situación. La señora del 14B frente al ascensor se llevó la mano al pecho, tomando aire con la boca abierta y soltó una carcajada saludándole con la otra mano. X le respondió con la cabeza, mientras intentaba ajustar su corbata en el cuello y sus pies en los zapatos. Y pensó en que el aire debe de entrar por la nariz y por la planta del pie.

Como quisiera sacarme los zapatos, pensó.

Llegó el ascensor y con él el alivio de evitar una conversación en el rellano.

X apretó el botón de planta baja e inspiró.

Un ascensor pequeño, pensaba, ¿Por dónde entrará el aire?.

Seguro que ni ha desayunado, suponía ella mirándolo desde abajo.

Si tomo la segunda avenida, y voy por la Rambla, puedo ganar unos minutos y llegar a la primera reunión.

Seguro que no conoce su sonrisa. Seguro que es de esas que inflan las mejillas.

Planta diez. Planta nueve...contaba X.

Yo tengo que romper el hielo, pensó la mujer.

Me encantan sus zapatos, le hacen unos pies pequeños, le dijo.

X sonrió condescendientemente. Se los regalo, yo estoy deseando quitármelos.

A ella esto le hizo reír.

Risa escandalosa para un ascensor tan minúsculo, pensó X.

Rió tanto que un movimiento brusco del ascensor se la cortó de golpe. Como si el director de orquesta hiciera callar a todos los instrumentos.

El ascensor quedo parado entre la planta ocho y siete.

Ni siquiera hemos llegado al número de la buena suerte, susurraba X en su cabeza.

Apretaron el botón con forma de campanita tantas veces que quedó atrancado y obstruido hacia dentro.

¿Por qué no prueba de nuevo a ver si sale hacia fuera?

X la miraba desde arriba, miraba el reloj, la campanita, sus zapatos y de nuevo el reloj. Inspiró. Volvió apretar, pero en vano. Ella insistía. Él apretaba. Ella insistía.

No sale señora, ya lo ve. A quedado atorado.

¿Y no sale?

¿Cuántas veces se lo tengo que decir?

X suspiró y golpeó la puerta del ascensor.

Ella miró hacia arriba negando con la cabeza.

X encendió el móvil para avisar en el trabajo del imprevisto que le acababa de suceder. No hay cobertura. Quiso estrujarlo, pero abandonó la idea al clavarse la antena en la palma de la mano. Inspiró y se giró hacia la señora. Es la primera vez desde que se mudó al edificio que se detenía en su rostro. Y pensó que hace falta más de lo que dura unos “Buenos días” para recordar la cara de alguien.

La observaba, y ella a su vez se repasaba las manos que jugaban con las llaves. Se diría que aun no se ha enterado de que ha quedado atrapada en este cubículo, se decía X. La miraba y le parecía no haberla visto nunca. Se quedó tiempo mirando su cara como quién cree desaparecer del lugar y parece no estar presente para el resto. La mujer se hacia la despistaba mientras su vecino la contemplaba. Sacó un papel arrugado de su bolsillo. Lo que parecía ser la lista de la compra, e inspirando lo estiró, pasando la mano por los pliegues. “Pelar y comer tres choclos” fue lo único que acertó a leer.

X seguía allí, de pie, mirándola, observando la escena, jugando a ser invisible. Pasaba la mano por los pliegues del papel tan delicadamente que aquella lista se volvía en los ojos de X una nota de amor, el mapa de un tesoro, o cualquier otro sentimentalismo escrito.

Él, quedó en trance con aquel insignificante acto. Por un momento su ropa parecía haberse despertado con él. Su respiración caía en el hombro de la mujer, está a su vez lo inspiraba.

La luz parpadeó un momento. Los dos miraron hacia arriba. X tomó aire muy suavemente, se sentía descansado, bajo la cabeza, y reparó en el espejo. Poco más o menos se dejó impresionar en silencio por su gesto. El espejo le miraba y se reía. Y pensó si ella había reparado en el tipo del reflejo.

Se sentó en una esquina y se quitó los zapatos. Ofreciéndoselos le dijo que ya no los necesitaba.

Ella reía de forma contagiosa, preguntándole para qué querría un par de zapatos de hombre.

Le invitó a sentarse contagiado por las carcajadas. ¿Para plantar geranios? ¿Más regalos en Navidad? ¿Colocarlos al lado de los suyos?

La luz parpadeo nuevamente, soltó un chispazo, dejándoles a oscuras con un hilo de luz que entraba por la puerta del ascensor proveniente del descansillo de la planta.

Una bombilla aflojada, le dijo ella sin querer parecer asustada.

Él le afirmó sonriente.

Permanecieron largo rato en silencio sin decir nada. Mirando el hilo de luz o la lista de la compra. Él inspiraba, ella le escuchaba respirar.

Una voz de la que no pudieron entender lo que decía les abrió la puerta y se marchó mascullando por lo bajo. A X le costó un poco más levantarse.

Abrieron la puerta, y les llegó el aire del invierno. Ella se levantó y caminó con su papel estirado en una mano y los zapatos amarrados por los cordones en otra, balanceándolos.

X los observaba. Inspiró tomándose su tiempo, cerro los ojos visualizó su ballena amorfa, reparó su forma y dijo; Salgamos juntos.

La mujer giró la cabeza levemente, de la que se adivinaba una sonrisa.

-Prefiero los zapatos.

reitxelus@hotmail.com