miércoles, diciembre 10, 2008

El prisionero

El viernes 28 de noviembre el Sr Godot estuvo presente en la despedida de El prisionero, una tragedia en soledad, de Héctor Álvarez Castillo, en el teatro Macondo (Garay 460). La puesta estuvo a cargo de la compañía Los cazadores del arte perdido, con dirección de Charly Palermo.

La obra es una indagación (más filosófica, si se quiere, que “narrativa”) de la condición humana en tanto que presa del tiempo y de su fatalidad. El personaje principal, Segismundo, se halla ante los umbrales de su finitud y desde allí, tambaleando constantemente entre la cómoda cordura y la insoportable –y tal vez, redentora- opción por no esquivar el drama interno que supone la asunción de dicha condición, lanza su pregunta por el sentido. Por supuesto no podemos dejar de remitirnos al Segismundo de Calderón que, preso en su torre por orden de su padre, proclama la duda radical de la certeza en el mundo real; su elección final del sueño como única posibilidad de lo real –o, más bien, como conjuración de la duda- se acerca a la decisión del Segismundo de El prisionero de asumir sin ambigüedades el problema existencial.

En el momento previo a su propio fin, Segismundo es visitado por fantasmas de su propio pasado -¿real, imaginado?- que una y otra vez lo obligarán a confrontar su angustia con la aparente “simpleza” o “ingenuidad” de los otros que se permiten vivir de espaldas a las únicas preguntas que para él tienen sentido: ¿Por qué? ¿Para qué?. Dos figuras alegóricas acompañan al héroe de esta obra: una completamente vestida de blanco, la otra completamente vestida de negro.

El movimiento casi coreográfico con que van recorriendo el escenario aporta una cuota de intensa sensualidad a un planteo tan cerebral como es el del protagonista. Con un elenco formado por Gastón Perea, Néstor Vázquez, Mariela Jerez, Natalia Cisale y Charly Palermo, la puesta fue una acertada traducción del texto de Álvarez Castillo, en el que la abrumadora verborragia de Segismundo hace perder por momentos la dirección de la “historia” –siempre mínima- para regodearse en la reflexión; en la puesta en escena de Los cazadores del arte perdido se incorpora un personaje originalmente ausente: Oráculo, una especie de figura profética que reaparece una y otra vez para dividir la acción y condensar las ideas-fuerza del monólogo de Segismundo; de este modo el texto original gana en claridad y orden.

Por este año, la compañía terminó sus presentaciones. Esperemos que el año próximo volvamos a tener noticias de ella y de su actividad. Seguramente el Sr Godot no querrá faltar.

Ariel Pavón