viernes, marzo 27, 2009

Sobre el libro “No toda belleza redunda en felicidad"

Marzo 25 de 2009
Jorge Ariel Madrazo


“Toda antología aspira a cierta lucidez que supere la simple colección de unos poemas…”, apunta –con no menor lucidez- Daniel Tevini, escritor y editor de Godot, en la solapa de este feliz conjunto organizado y prologado por la poeta Emilce Strucchi. Que prefiero llamar muestra, o selección poética, antes que antología. Es que una antología suele nacer de la pretensión de iluminar a un grupo generacional, o de recortar a una nómina de poetas ya sea a partir de una geografía común o una corriente estética compartida.

En el caso de este libro creo notar, en cambio, una comunión surgida de una previa frecuentación entre colegas, del afecto y la reunión en torno a una parecida vibración del espíritu. Una suerte de fervoroso climax poético y emocional que convergió en un racimo de voces, para felicidad de todos y para bien de la poesía, gracias la catalítica voluntad y al talentoso afecto de Emilce.

Son, por fortuna y como era de esperar, voces muy diferentes entre sí. Imposible, por razones de tiempo, referirme a ellas en particular. Pero sí diré que es un friso que tanto incluye el ascetismo y la ortodoxia de la palabra acendrada, que aúna emotividad con exactitud, por ejemplo en Roberto Glorioso, como la audaz combinación de un lenguaje irreverentemente creativo con un coloquialismo que nada debe al de los años ’60; es decir, una visión, de preferencia urbana y muy siglo 21, preñada de una imaginería notablemente fresca; se me ocurre que podría englobar en este sub-grupo, tan arbitrario como cualquier otro, al ya reconocido Gustavo Tisocco, a María Isabel Pazos y -acaso con un cierto mayor barroquismo sintáctico- a Germán Rosati.

Cualquier adjudicación, a un poeta, de éste o aquél atributo, puede acarrear una protesta airada o una rebelión silenciosa. En mi caso, como veterano lector y colega de los aquí reunidos, toda opinión en tal sentidoo parte del vivo interés y del deseo de efectuar una lectura algo más acuciosa. Y repito que al suponer en algunos poetas una u otra característica muy general, no pretendo olvidar las grandes diferencias que afortunadamente –y admirablemente- los distinguen.

Así, con esta salvedad me animo a rastrear un muy especial tratamiento del universo subjetivo, que se plasma en una escritura signada por una mayor opacidad dramática (si se me permite este rótulo algo hermético) , y un lenguaje en el que la esfera de lo íntimo cobra una especial crispación, en las poetas Nilda Barba, Estela Barrenechea, Elena Caricati de Pennella, la propia Strucchi, Ana Guillot, Isabel Krisch.

A casi todas ellas las conocía y apreciaba grandemente, en lo personal y en lo poético, desde mucho antes. No así a Roxana Palacios, a María Victoria Dentice y al también juvenil Manuel Palenque. Dueños ya de una voz que en las dos primeras tiende más a lo proteico, lo proliferante, y en los tres ostentando el buen uso de imágenes audaces y que el lector siente necesarias y vivas, fueron una sorpresa más que agradable. Como lo fue, para mí, la revelación de Daniel Tevini, así como descubrir al amigo y fecundo escritor Oscar Taffetani en tanto poeta, austero y contundente, propulsor de una poesía dotada de belleza aún entre lo efímero y cotidiano : “entre la yerba de ayer, / entre el sol y los / abrazos…”

Con contagioso entusiasmo, y en un tono cuasi vallejiano, invoca a su vez Emilce Strucchi, la poeta responsable de esta muestra:

“¡ Válgame la poética tortera / adentro del poetísimo horno!”.
¿Cómo podríamos desatender esa profesión de fe?

Precisamente, lo que más conmueve, en esta obra, es advertir la desvelada consagración a la palabra cargada de sentido real, contra viento y marea y contra todo tipo de cálculo mezquino, en épocas en las que señorea la intemperie espiritual y moral, y cuando la palabra sólo suele servir al tráfico de mercancías, de poder o de prestigio. El poeta es, hoy más que nunca, un exiliado del planeta: modula una lengua indeseada, un idioma extranjero. Que en ocasiones muy especiales, sin embargo, puede llegar a conjugarse en sintonía con el espíritu colectivo del mundo que le tocó en suerte.

Hay una frase del filósofo y poeta Roger Munier que pareciera apuntar justamente a ésto: «El canto del pájaro no es de aquí. Canta siempre en otra parte. Su canto resuena en la memoria.» Claro que esa Otra parte se oculta (y ésa es la maravilla) al dorso del Aquí mismo. Porque, como bien sabía Paul Eluard: «Hay otros mundos, y están en éste». Una visión enriquecida por el anhelo que expresó Ives Bonnefoy: «Que este mundo permanezca / Que entre, para siempre, / El polvo brillante de la tarde de verano / En la sala vacía». El polvo brillante, la inasible belleza.

A su turno, otro poeta -entre los mayores que ha dado nuestro país- Edgar Bayley, desgranó esta reflexión en una carta que aún atesoro: “El artista (el poeta) se encuentra solo, a la intemperie, sin más compañía posible que ese sí mismo cuya revelación aguarda en plena vigilia, acosado por la incertidumbre (...) Cada obra es una apuesta, un salto mortal, la sombra del sueño y del deseo, de la lucidez y la solvencia. Es una conjugación de la alarma y la esperanza, del desencanto y la realidad resignificada. Es la plenitud de un instante”.

Por esa plenitud, por ese compromiso al que consagramos la vida entera, agradezco a Emilce y a los poetas de esta selección su don de mantener la llama en alto y de reencenderla cada día. Muchas gracias. *